Relato realizado durante el Taller Literario dirigido por Aina Tur, en el Cercle Artístic de Ciutadella de Menorca. Invierno 2014.
Razón de ser: La creación del siguiente relato debía contener una serie de palabras e ideas, principalmente inconexas, que había hallado antes mediante escritura automática.
El Sueño de Lola
Tal y como Lola había visto en su sueño, salieron de la isla poco después de las 10 de la mañana, bajo un cielo azul, moteado con algunas nubes que escondían un sol intenso.
El velero de Gabriel era antiguo, pero cuidado y elegante, justo como ella recordaba de las imágenes de su subconsciente. Sus acompañantes no tenían ni idea de que estaban reconstruyendo, paso a paso, lo que ella había visualizado en esas largas noches, cuando despertaba agotada, tras un sinnúmero de aventuras oníricas que nunca tenían un final. Hiciera lo que hiciese, Lola abría los ojos antes de presenciar el desenlace de esas historias, y aquello la obsesionaba. Tanto que, al final, tomó una decisión y se centró en documentar los sueños que viviese durante un año. Apuntó todos los que recordaba, sin excepción. A veces incluso tenía que hacerlo de madrugada, con la vista borrosa y todavía medio dormida, para no dejar fuera de su abultado cuaderno ni un solo detalle de la historia incompleta que acababa de protagonizar en su cabeza.
Con el análisis se dio cuenta de que su mente se centraba básicamente en tres líneas distintas. Unas veces se plasmaban al completo, pero en ocasiones presenciaba fugaces retazos que, sin duda, pertenecían a una de esas tres temáticas. La más relevante de todas ellas tenía lugar en un barco idéntico al de Gabriel, el mismo en el que se encontraba ahora junto a Pablo e Inés.
–Quizá debería haberles contado mi intención –pensó, mientras observaba como las pequeñas olas impactaban contra el casco y se deshacían en forma de espuma.
–Decían que hoy tendríamos sol –comentó Pablo acercándose a ella y tendiéndole una copa que contenía un líquido ambarino. Su olor dulzón no dejaba lugar a dudas sobre su contenido.
–Gracias –dijo ella con una sonrisa, sabiendo que aquello también aparecía en su sueño, y añadió– Quizá cuando lleguemos a la playa, las nubes ya se han marchado– a pesar de que sabía perfectamente que eso no iba a ocurrir.
Inés apareció por la escotilla y se unió a ellos. Se había puesto un vestido amarillo que casi hacía juego con los dorados reflejos de sus cabellos, tal y como tenía lugar en el sueño.
–Me alegro de haber pedido el día libre. Seguro que lo pasamos genial en aquella cala.
Lola sonrió. No tenía la respuesta, pero eso le excitaba. En ninguna de sus ensoñaciones tuvo ocasión de comprobarlo. Siempre despertaba antes de llegar a su destino. Pero esta vez, ya desde el plano de la realidad, se había propuesto vencer las limitaciones del mundo onírico, para presenciar por fin ese desenlace que tanto se resistía.
Llevaban ya un buen rato adentrándose en el océano y refrescaba. Los momentos intermitentes de sol eran cada vez menos frecuentes y ahora una masa irregular de nubes se adueñaba del cielo. Inés se estremeció y bajó a por algo para cubrirse.
Lola empezaba a sentir más agitación en su interior. Se hubiera puesto a dar palmas de alegría si sus amigos fuesen conscientes de la situación; por supuesto, si dar palmas formase parte del sueño, que no era el caso.
Cuando su amiga subió, enfundada en una sudadera, Lola supo que había llegado el momento. Sus sentidos se potenciaron y comenzó a saborear cada instante. A partir de aquí, todo sería nuevo para ella y finalmente conocería el escurridizo desenlace de aquel sueño.
Entonces comenzó a sentir sutiles gotas sobre su piel. Inés frunció el ceño y ella se fijó en el cielo, las nubes se retorcían caprichosas, cada vez más espesas y oscuras.
–Se avecina tormenta –exclamó Gabriel– ¿Doy la vuelta?
–¡No! –respondió ella adelantándose a sus amigos– Seguro que pasa pronto. Será una tonta lluvia de verano.
El viento soplaba cada vez más fuerte y las velas se tensaron. El capitán tuvo que dar un toque de timón para corregir el rumbo y suavizar los vaivenes del irregular romper de las olas.
Un abrupto golpe los pilló de sorpresa. El primer extrañado fue Gabriel que, dejando a Pablo al mando tras breves indicaciones, entró en el camarote en busca de aquel sonido.
Lola no cabía en sí de gozo. Paladeaba cada momento como si se tratase de un regalo divino. Los demás comenzaban a arrepentirse por haberse apuntado a este día de playa.
Un nuevo golpe, más violento, precedió una visión que ninguno esperaba. En segundos una masa gris, gigante y viscosa emergió de las aguas, rodeando al velero con lo que parecían monstruosos tentáculos que invadían la cubierta. Lo último que deseó Lola, antes de ser engullida por aquella criatura, fue estar todavía en la cama y que todo formase parte de un sueño.
Ana Olivia Fiol Mateu
Febrero de 2014