Hace unas semanas sentí la necesidad de escribir mi visión sobre Gonzalo de Berceo, y sus estrategias de marketing en el Siglo XIII. Seguro que hay filólogos echándose las manos a la cabeza, pero ayer escuché una entrevista a un profesor de la UNED que me alegró el día.
Hablo de Juan Victorio, un carismático medievalista apreciado por todos sus alumnos. Yo no he tenido la suerte de coincidir con él todavía, pero espero hacerlo en un futuro.
Lo que afirma este profesor, con toda la lógica del mundo, es que la edad media fue muy distinta de la imagen que tenemos hoy en día de esta época. Estamos convencidos de que la gente era muy devota, que la iglesia tenía muchísima importancia a nivel social, que la gente obedecía y respetaba a su rey… pero si lo piensas bien, era todo lo contrario. Las personas que vivieron en la Edad Media, de alguna forma, tenían muchas más libertades de las que tenemos hoy en día, a nivel de identidad y de concepción de su lugar en el mundo.
Sé que es difícil de entender, así que voy a explicarme un poco: En aquella época, en la que todavía faltaban siglos para la llegada de la imprenta, los libros se confeccionaban a mano, copiando palabra por palabra. Eso lo hacían en los monasterios, como se puede leer (o ver) en El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Sin embargo, los libros no eran exactamente para ser leídos. El trabajo de difundir su contenido era de los juglares, quienes tenían la capacidad de memorizar una ingente cantidad de versos para narrar estas historias de pueblo en pueblo a cambio de unas monedas.
El libro más antiguo en lengua castellana que se conoce es «El Cantar del Mío Cid«. En él se cuenta la vida de Rodrigo Díaz de Vivar desde el momento que lo destierran de Castilla. Eso le ocurre por haber puesto al rey Alfonso entre la espada y la pared con un asunto delicado (aunque esa información la conocemos por romances independientes, no por el libro). Y la historia acaba cuando por fin aumenta su estatus y se llena de gloria como héroe y vencedor. A lo largo de la narración el Cid ronda por ahí con sus hombres, sirviendo a unos y a otros cual mercenario, luego toma Valencia y acaba cuando por fin casa a sus hijas con quienes sí las merecen.
Me dejo muchas cosas, pero resumo porque menciono esta obra (de autor anónimo) por otra razón. Este libro está basado en el Cid, pero gran parte de lo que narra es pura ficción. Esto es algo sabido y comprobado. El Cid que el cantar nos muestra se desvive por el Rey: le envía parte de su botín cada vez que sale victorioso de una batalla (un mercenario, como yo decía), pone a sus hijas en sus manos y este decide casarlas con unos impresentables que abusan de ellas y las abandonan moribundas en un bosque, y además, todo el tiempo se esfuerza por lograr sus favores, su perdón. Su objetivo es aumentar su estatus, sus riquezas, su buen rollo con la corona y tener su happy ending.
En la Edad Media la única forma de llegar al pueblo era a través de la literatura (narrada por los juglares), y de las ilustraciones y grabados. Así que, es de suponer que desde lo más alto decidieron que insertarían ideas positivas sobre la Corona, y sobre lo adecuado que es para un hombre de bien honrar a su Rey y amarlo como los héroes del momento.
Esto es una suposición pero… ¡tiene tanta lógica!
Estamos acostumbrados a pensar que los antiguos eran todos unos imbéciles ignorantes. Por eso, cualquier cosa que destaque en nuestro pasado tiene que ser obra, a la fuerza, de seres de otros planetas… ¿cómo iban a hacer algo así los humanos? Pues yo creo que había mucho talento, y mucha inteligencia. Más que ahora, porque nosotros bebemos de lo que hicieron otros antes, y además, sin Google y Facebook ya no podríamos ni sobrevivir.
En cuanto a la iglesia, ocurre exactamente lo mismo. Poema de Santa Oria es una obra de Gonzalo de Berceo, de quien hablé en un post anterior. Es un libro en verso, narrando las vicisitudes de una niña que quiere ser tan pura y tan santa que pide que la empareden… y así transcurre el resto de su vida, para no relacionarse con otras personas y caer en la tentación de pecar. No sé más porque no lo he leído, ni lo tengo en la wishlist, siquiera.
Si la iglesia era tan poderosa como nos han contado, si la gente iba a misa cada día, si la iglesia formaba parte de sus vidas… ¿por qué no explicar la vida de esta santa desde el púlpito? ¿por qué escribirlo en verso y filtrarlo a los juglares para que lo expandan por las plazas y calles? Esto es lo que plantea Juan Victorio y me encanta el reto que supone. Es una sensación increíble pensar en que lo que dabas por cierto, por parte del pasado lejano, no tiene nada que ver con lo que ocurría en realidad. Sé que para muchos este post será un tostón y ya habrán abandonado, pero ¡a mí me parece muy emocionante! Supongo que la gente de filología somos así de frikis.
Lo que hacían desde la iglesia para dar a conocer las bases de su religión, era como hacer publicidad en AdWords. Permitidme la analogía, pero, si las iglesias estaban vacías, había que llenarlas. ¿Y dónde está la gente? En las plazas y mercados, a su aire. Pues el paso siguiente es organizar esta estrategia publicitaria y narrar las maravillas y novedades de la religión católica para que más personas llegaran y abrazaran la fe. Lo mismo que un anuncio en el motor de búsqueda de Google.
Todavía queda mucho que descubrir e investigar de nuestro pasado. Obviamente, en el palacio del Rey Alfonso VI no tenían una sala con un rótulo que pusiera Departamento de Marketing, pero está claro que tuvieron que agudizar su ingenio para «vender» su producto y convencer a una nación entera… hasta nuestros días.
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